El día 29 de agosto se celebró en México “El Día del
Abuelo”, todos sabemos que dichas “fiestas” son para promover la compra de
regalos y hacer una promoción especial para vender. Son días donde las familias
mexicanas han gastado mucho, no solamente por el aumento del precio de los
huevos, sino por los gastos generados al regreso de las escuelas.
En el país , de
acuerdo a los datos del INEGI: “TRES DE CADA 10 ADULTOS MAYORES NO TIENE
SEGURIDAD SOCIAL; 26 DE CADA 100 PADECEN ALGUNA DISCAPACIDAD, 12 POR CIENTO
VIVEN SOLOS”.
Así ,asolados por
la pobreza, la enfermedad, la viudez y la soledad, incluidos los maltratos
familiares en sus propios hogares, 10.1 millones de mexicanos mayores de 60 años
de edad sufren muchas carencias y abandonos. El 21.4 por ciento de ese grupo
presenta carencias en la alimentación y más de la mitad son
viudos.
“De acuerdo con
las estadísticas, tres millones 500 mil hombres y mujeres de 65 años o más viven
en pobreza multidimensional, o sea, les faltan diferentes servicios básicos como
seguridad social, salud y alimentación…Datos oficiales señalan que
al menos unas 800 personas cumplen 60 años a diario en el país, por lo que es
una realidad el incremento de la población de la tercera edad en
México”
“En
correspondencia con los números actuales, casi nueve por ciento de los
habitantes del territorio nacional pasa de las seis décadas de vida y se espera
que para el 2050 sea más de 30 por ciento”.
Y si bien la
tragedia es terrible en este sector de la población, considerando que la
población envejece y que cada año son más los viejos, tenemos que considerar que
la tragedia no empieza a los sesenta años o más, empieza en realidad, en nuestro
país, a los cuarenta años. No hay empresa o sector productivo que contrate a los
mayores de 40 años, se les hace a un lado cuando están en su mejor etapa
emocional y desarrollo físico e intelectual, así se les margina y no solamente
se les manda a la desocupación y a la tragedia, también, se les hace envejecer
sicológicamente.
Hace algunas
colaboraciones comentaba una experiencia que me sucedió al ingresar a una de las
farmacias del Ahorro en la capital oaxaqueña cuando observé que un viejo maestro
de escuela, jubilado, veía y veía los medicamentos que había solicitado y miraba
hacia la calle y se tocaba las bolsas del pantalón mostrando un gran
nerviosismo. En ese momento algo me iluminó y le pregunté al dependiente cuánto
era la cuenta del señor y me dijo que alcanzaba los 400 pesos,
entonces me permití decirle al maestro que no se preocupara que yo pagaría su
cuenta de los medicamentos si me lo permitía. Aceptó y al salir le pregunté:
“Maestro usted estaba dispuesto a salir corriendo con los medicamentos?”. Él, me
contestó que efectivamente y se le salieron las lágrimas ante esa
confesión.
Caminando por la
calle me platicó que no eran medicamentos para él que eran para su “viejita” que
estaba muy mal y que no le surtían los medicamentos ni en el ISSSTE ni en el
Seguro y que su pensión como maestros no les alcanzaba más que para pagar la
renta y medio comer, no tenían para nada más. No contaban con teléfono, y la luz
la ahorraban lo más que podían, a veces, también, tenían que racionar el gas y
cocinaban algo de sus alimentos en anafres, en fin ,la tragedia, el abandono, la
soledad y la enfermedad los agobiaban.
Me comentaba este
viejo maestro de escuela que cuando tenía algún tiempo o le daban oportunidad,
él, daba clases para poner a los estudiantes al corriente y les cobraba lo que
ellos pudieran darle. Habían terminado de estudiar en la Escuela Normal del
Estado y hacía ya mucho tiempo los habían jubilado por “grillas sindicales” y
que, al no tener ni padrinos ni influencias, habían tenido que aceptar la
jubilación porque los lidercillos necesitaban esas plazas para sus recomendados
y, así, los marginaron y enviaron a una vida trágica.
Cuando paso por el
hospital civil, por el seguro social o el ISSSTE, VEO EL TRISTE ESPECTÁCULO que
van dejando a su paso los hombres y mujeres viejos que con paso cansado y
arrastrando sus pies caminan lento y solo esperan que el tiempo de su tiempo se
les termine o les llegue sin mayor sufrimiento. Cuando hablamos con algunos de
ellos nos dicen que solamente esperan, no tienen otra cosa que hacer, no pueden
salir, no ven ya televisión porque no escuchan bien o no ven bien, les lloran
los ojos en todo momento, como si con lágrimas pudieran calmar el dolor de la
vejez. Muchos, van y vienen todos los días esperando que les atiendan o les den
su citas que se van alargando cada vez o esperando a que lleguen los
medicamentos o que se los cambien y entonces, no saben ya cuáles deben tomar y
cuáles no, los cambios son brutales y no hay un buen trato para los pacientes.
Médicos y enfermeras, burócratas se desesperan con ellos y les dan un trato
deshumanizado. Suspiran y van caminando, arrastrando los pies con pasos cortos,
como si no tuvieran fuerzas ya que éstas los van abandonando. Se encorvan y van
mirando al suelo y no voltean casi al cielo, allá, mandan sus oraciones y se
quedan quietos cuando entran a las iglesias a esperar su momento. Se llenan de
recuerdos y van volteando a ver cuántos de los suyos o de sus conocidos van
terminando con su vida e ingresan a los recuerdos…
Hace unos días, mi
pequeña hija Karisma y el joven Sócrates Gabriel, fueron con un grupo de amigos
a visitar el Asilo Tamayo, allí les dieron una muestra de lo que son esos
viejos, sus tratos; el estar con ellos y comentar, se comunicaban y ellos,
muchos de ellos, lloraban al verlos, tal vez los confundían con algunos de sus
hijos o de sus nietos que muy de vez en vez los visitan. Otro, claro, estaban
con ánimos de vida, pero la mayoría solamente suspiraban y lloraban, como
esperando la muerte, el final de sus días.
A casi todos se
nos olvidan los viejos, los dejamos a un lado, como que ya no merecen nuestro
trato cotidiano, en verdad cometemos muchas injusticas en la vida, por ejemplo,
yo, estoy convencido de que al final de sus días no visité con la frecuencia
adecuada a mis padres y ellos se fueron tristes por ello. Podía alegar muchas
ocupaciones o que no teníamos compatibilidad de caracteres, pero la verdad es
que todo eso ha sido culpa mía y hoy, al tiempo, lo puedo ver con claridad y,
por esa razón ,digo que no debemos dejar a esos viejos a la deriva, no, hay que
hablar con ellos, visitarles, acompañarles, es lo que quieren y no es mucho lo
que piden… yo soy un viejo, pero aún tengo fuerzas y puedo luchar, por ello, más
vale reconocer errores y no dejarles pasar.
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