domingo, 2 de septiembre de 2012

Los viejos


El día 29 de agosto se celebró en México “El Día del Abuelo”, todos sabemos que dichas “fiestas” son para promover la compra de regalos y hacer una promoción especial para vender. Son días donde las familias mexicanas han gastado mucho, no solamente por el aumento del precio de los huevos, sino por los gastos generados al regreso de las escuelas.
         En el país , de acuerdo a los datos del INEGI: “TRES DE CADA 10 ADULTOS MAYORES NO TIENE SEGURIDAD SOCIAL; 26 DE CADA 100 PADECEN ALGUNA DISCAPACIDAD, 12 POR CIENTO VIVEN SOLOS”.
         Así ,asolados por la pobreza, la enfermedad, la viudez y la soledad, incluidos los maltratos familiares en sus propios hogares, 10.1 millones de mexicanos mayores de 60 años de edad sufren muchas carencias y abandonos. El 21.4 por ciento de ese grupo presenta carencias en la alimentación y más de la mitad son viudos.
         “De acuerdo con las estadísticas, tres millones 500 mil hombres y mujeres de 65 años o más viven en pobreza multidimensional, o sea, les faltan diferentes servicios básicos como seguridad social, salud  y alimentación…Datos oficiales señalan que al menos unas 800 personas cumplen 60 años a diario en el país, por lo que es una realidad el incremento de la población de la tercera edad en México”
         “En correspondencia con los números actuales, casi nueve por ciento de los habitantes del territorio nacional pasa de las seis décadas de vida y se espera que para el 2050 sea más de 30 por ciento”.
         Y si bien la tragedia es terrible en este sector de la población, considerando que la población envejece y que cada año son más los viejos, tenemos que considerar que la tragedia no empieza a los sesenta años o más, empieza en realidad, en nuestro país, a los cuarenta años. No hay empresa o sector productivo que contrate a los mayores de 40 años, se les hace a un lado cuando están en su mejor etapa emocional y desarrollo físico e intelectual, así se les margina y no solamente se les manda a la desocupación y a la tragedia, también, se les hace envejecer sicológicamente.
         Hace algunas colaboraciones comentaba una experiencia que me sucedió al ingresar a una de las farmacias del Ahorro en la capital oaxaqueña cuando observé que un viejo maestro de escuela, jubilado, veía y veía los medicamentos que había solicitado y miraba hacia la calle y se tocaba las bolsas del pantalón mostrando un gran nerviosismo. En ese momento algo me iluminó y le pregunté al dependiente cuánto era la cuenta del señor y  me dijo que alcanzaba los 400 pesos, entonces me permití decirle al maestro que no se preocupara que yo pagaría su cuenta de los medicamentos si me lo permitía. Aceptó y al salir le pregunté: “Maestro usted estaba dispuesto a salir corriendo con los medicamentos?”. Él, me contestó que efectivamente y se le salieron las lágrimas ante esa confesión.
         Caminando por la calle me platicó que no eran medicamentos para él que eran para su “viejita” que estaba muy mal y que no le surtían los medicamentos ni en el ISSSTE ni en el Seguro y que su pensión como maestros no les alcanzaba más que para pagar la renta y medio comer, no tenían para nada más. No contaban con teléfono, y la luz la ahorraban lo más que podían, a veces, también, tenían que racionar el gas y cocinaban algo de sus alimentos en anafres, en fin ,la tragedia, el abandono, la soledad y la enfermedad los agobiaban.
         Me comentaba este viejo maestro de escuela que cuando tenía algún tiempo o le daban oportunidad, él, daba clases para poner a los estudiantes al corriente y les cobraba lo que ellos pudieran darle. Habían terminado de estudiar en la Escuela Normal del Estado y hacía ya mucho tiempo los habían jubilado por “grillas sindicales” y que, al no tener ni padrinos ni influencias, habían tenido que aceptar la jubilación porque los lidercillos necesitaban esas plazas para sus recomendados y, así, los marginaron y enviaron a una vida trágica.
         Cuando paso por el hospital civil, por el seguro social o el ISSSTE, VEO EL TRISTE ESPECTÁCULO que van dejando a su paso los hombres y mujeres viejos que con paso cansado y arrastrando sus pies caminan lento y solo esperan que el tiempo de su tiempo se les termine o les llegue sin mayor sufrimiento. Cuando hablamos con algunos de ellos nos dicen que solamente esperan, no tienen otra cosa que hacer, no pueden salir, no ven ya televisión porque no escuchan bien o no ven bien, les lloran los ojos en todo momento, como si con lágrimas pudieran calmar el dolor de la vejez. Muchos, van y vienen todos los días esperando que les atiendan o les den su citas que se van alargando cada vez o esperando a que lleguen los medicamentos o que se los cambien y entonces, no saben ya cuáles deben tomar y cuáles no, los cambios son brutales y no hay un buen trato para los pacientes. Médicos y enfermeras, burócratas se desesperan con ellos y les dan un trato deshumanizado. Suspiran y van caminando, arrastrando los pies con pasos cortos, como si no tuvieran fuerzas ya que éstas los van abandonando. Se encorvan y van mirando al suelo y no voltean casi al cielo, allá, mandan sus oraciones y se quedan quietos cuando entran a las iglesias a esperar su momento. Se llenan de recuerdos y van volteando a ver cuántos de los suyos o de sus conocidos van terminando con su vida e ingresan a los recuerdos…
         Hace unos días, mi pequeña hija Karisma y el joven Sócrates Gabriel, fueron con un grupo de amigos a visitar el Asilo Tamayo, allí les dieron una muestra de lo que son esos viejos, sus tratos; el estar con ellos y comentar, se comunicaban y ellos, muchos de ellos, lloraban al verlos, tal vez los confundían con algunos de sus hijos o de sus nietos que muy de vez en vez los visitan. Otro, claro, estaban con ánimos de vida, pero la mayoría solamente suspiraban y lloraban, como esperando la muerte, el final de sus días.
         A casi todos se nos olvidan los viejos, los dejamos a un lado, como que ya no merecen nuestro trato cotidiano, en verdad cometemos muchas injusticas en la vida, por ejemplo, yo, estoy convencido de que al final de sus días no visité con la frecuencia adecuada a mis padres y ellos se fueron tristes por ello. Podía alegar muchas ocupaciones o que no teníamos compatibilidad de caracteres, pero la verdad es que todo eso ha sido culpa mía y hoy, al tiempo, lo puedo ver con claridad y, por esa razón ,digo que no debemos dejar a esos viejos a la deriva, no, hay que hablar con ellos, visitarles, acompañarles, es lo que quieren y no es mucho lo que piden… yo soy un viejo, pero aún tengo fuerzas y puedo luchar, por ello, más vale reconocer errores y no dejarles pasar.

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