jueves, 18 de abril de 2013

Estoy muy viejo para perder un amigo

El día miércoles, tuve una reunión con dos amigos en uno de los restaurantes de Oaxaca, Los Chavales, ahí, con el afecto que se merecen los amigos y con la atención que se debe tener para con ellos, uno, explicaba una reunión en la que había tenido una gran experiencia. Esta se había dado en una de las reuniones con los secretarios de salud de los Estados, recién nombrado el DR. Kumate, como Secretario de Salud a nivel nacional. Cada uno, por orden alfabético, tenía que dar su versión de cómo estaba la salud en su entidad, así que, el primero, señalaba: “Que bueno Dr. Kumate, que usted si atiende y escucha la voz de los secretarios estatales… porque, el anterior…” y, de pronto, salta el Dr. Kumate y lo calla, para comenzar a explicar: “Miren ustedes, este secretario se iba a referir a mi antecesor en la secretaria de Salud, el Dr.Guillermo Soberón y les quiero explicar que, el Dr. Soberón es amigo mío desde hace más de cincuenta años y, venimos a explicar sobre el estado de salud de los estados que atendemos, no hablar mal de la gente y, para terminar, les quiero decir :QUE YA ESTOY MUY VIEJO PARA PERDER UN AMIGO”

         Y SIN DUDA ALGUNA no se requiere estar muy viejo para entender que no se debe perder a un amigo ni a un ser querido por una imprudencia y por una necedad que no cambiará la realidad y la situación en un momento dado. Cuando vamos envejeciendo y llegamos a ver cómo nuestros amigos se van perdiendo por el tiempo o por la enfermedad que les lleva a la muerte, vamos valorando lo que significan, son grandes valores y son el receptáculo de muchas experiencias que se vivieron juntos, de mucho esperanzas, de muchas platicas y sueños, de muchos dolores, pasiones, encuentros y desencuentros, por eso, esta gran experiencia compartida por nuestro amigo el día miércoles, en una charla hermosa de tres amigos, me confirma que la amistad es una gran alegría y un enorme tesoro, algo que no podemos perder, que no debemos dejar que se pierda.

         La experiencia me dicta que lo dicho por ese hombre sencillo, brillante, talentoso, humilde, como lo es el Dr. Kumate, es totalmente cierto, y a lo mejor, le agregaríamos que,  no hay ningún pretexto en la vida para dejar perder a un amigo, no hay nada que lo pueda sustituir, ni el llanto, ni la nostalgia, ni el suspiro, ni el recuerdo, ni el dolor que sentimos en el corazón… nada como tenerlo y saberlo amigo de uno, no importa lo cercano o lejano, porque el tiempo y las experiencias que formaron el destino son tan valiosas que no hay forma de dejarlas en el olvido. Así que todos debemos decir: Estoy muy joven o muy viejo para perder a un amigo.

         Y es así que por eso debemos entender que el reunirnos con los amigos no solamente es para la charla sin sentido, del hablar por hablar, del chismear y de intercambiar experiencia, también, es el de comentarnos lo valioso de la vida; en esas reuniones se van dando las formas de la memoria colectiva, como en las viejas reuniones de las familias donde se comentaban la experiencias y se hablaba de los tiempos presentes o de los pasados para que todos fueran formando su carácter porque, finalmente, es el que forma el destino. Así que reunámonos con la familia y comentemos lo que sucede o lo que nos sucedió, hablemos de las experiencias bellas o fuertes de la vida y, también, reunámonos, no lo dejemos de hacer, con los actuales o viejos amigos que son una gran atalaya para pasar y sobrevivir los tiempos.

         HACE AÑOS, LEÍA UN cuento que me hizo reflexionar sobre la vida, sobre los amigos, sobre los seres queridos, es una de esas pequeñas historias que parecen simples pero que dejan una gran lección:

         “Un día, el burro de un campesino cayó en un pozo. El animal gimió lastimeramente durante horas, y el campesino no sabía qué hacer. Finalmente, como el animal era viejo y el pozo estaba llamado a desaparecer, decidió que no era rentable rescatar al burro, así que solicitó la ayuda de otros vecinos y armados de palas comenzaron a enterrar el burro quién sorprendido comenzó a rebuznar con todas sus fuerzas. Después, sorprendió a todos con su silencio.”

         “Los campesinos después de algunas paladas de tierra al mirar al fondo del pozo se sorprendían y no  podían creer lo que estaban viendo: el burro se sacudía la tierra que le caía y se subía encima. Mientras ellos echaban tierra, el  burro se la sacudía y se montaba encima una y otra vez y así, para sorpresa de todos, el burro, consiguió salir del pozo”.

         Y es así la vida, muchas veces pretenderán enterrarnos con toda clase de basura, de habladas, chismes, rumores, mentiras, difamaciones y lo importante es sacudirlas y montarse en ellas para salir del pozo. Todo lo que se queda estancado se pudre y todo lo enterrado se pierde, por esa razón, cuando veamos como nos quieren enterrar o aniquilar bajo basura hay que sacudirla. Saber que cada obstáculo es en verdad una sólida piedra que nos sirve para subir, para progresar. Sin duda podemos salir del pozo más profundos siempre y cuando no nos dejemos enterrar por la basura.

         También, está la basura del tiempo perdido, los minutos mal aprovechados y dejados perder sin ocuparnos para lamentarnos, son parte de esa basura que nos entierra y nos mata en vida.

         La vida, no hay duda, es para caminarse, no está estancada y perdida, para escribir todo lo nuevo que se experimenta en el corazón y darlo bondadosamente a los que están a un lado o vienen atrás nuestro, dejando a un lado las ofensas, resentimientos, necedades,  traiciones, deslealtades, todo aquello que nos haga daño, los recuerdos son para experimentar lo bueno y alegre de la vida, no para refugiarnos a masticarlos para generar más resentimiento y odio. Esto me recuerda una pequeña historia que me gustaría contarles: “dos amigos caminan por el desierto y, como en toda amistad, hay momentos de enfado y de poco entendimiento, así que uno de ellos le dio una bofetada al otro. Este, resentido, escribió en la arena:”Hoy, mi mejor amigo me ha dado una bofetada”. Así continuaron su camino y al llegar a un oasis se pusieron a nadar en sus aguas, el ofendido tuvo un calambre y comenzaba a ahogarse, cuando el otro vino a salvarle. Así, el salvado, escribía en una piedra: “Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida””.

“El que había abofeteado y salvado la vida le preguntó a su amigo la razón por la que primeramente había escrito en la arena y después sobre una piedra. El amigo le contestó que, cuando alguna persona te hiere y te ofende, hay que escribir en la arena para que los vientos la borren, pero cuando una persona hace algo bueno por uno, debemos escribirla en piedra, para que ningún viento la pueda borrar y nos lo haga olvidar”. Por algo, uno de mis maestros nos decía: “No hay que olvidar las ofensas, pero menos debemos olvidar los favores”…Los favores jamás se deben olvidar, no para pagarlos sino para agradecerlos, son cosas del corazón, no son monedas de cambio.

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