La experiencia nos ha enseñado que a todos los seres
humanos debemos tratarles por igual, nada cuesta el hacerlo y no se puede
juzgar a las personas por lo que visten, portan o cargan, tal como lo hacemos
la mayoría de la gente; vemos lo de fuera y no vemos el gran valor interno que
tienen muchas gentes. Mi amigo Juan
Pablo que bondadosamente me hace llegar muchas reflexiones, me envió la
siguiente que es cierta y nos hace reflexionar sobre lo que decimos, no con un
sentido de oportunidad ni de interés, sino por el simple sentido humano que
debemos tener con esa experiencia.:
“una
mujer, con un vestido de algodón barato y su esposo vestido con un humilde
traje, se bajaron del tren en Boston, y caminaron tímidamente sin tener cita a
la oficina de la secretaria del presidente de la Universidad de Harvard.”
“La
secretaria adivinó que esos venidos de los bosques, campesinos, no tenían nada
que hacer en Harvard.
“Desearíamos
ver al presidente” –dijo suavemente el hombre”. La secretaria contestó: “Él
está ocupado”. “Esperaremos”, replicó la mujer
“Por
horas la secretaria los ignoró, esperando que la pareja finalmente se desanimara
y se fuera. Ellos no lo hicieron, y la secretaria vio aumentar su frustración y
finalmente decidió interrumpir al presidente, aunque era algo que ella
esquivaba. Y le dijo: “Tal vez si usted conversa con ellos por unos minutos se
irán”. Él hizo una mueca de desagrado, finalmente aceptó”.
“Alguien
de su importancia obviamente no tenía el tiempo para ocuparse de gente con
vestidos y trajes baratos. Sin embargo, el presidente, con el seño adusto, se
dirigió con paso arrogante hacia la pareja”.
“La
mujer le dijo: Tuvimos a un hijo que asistió a Harvard por sólo un año. Él
amaba a Harvard, era feliz aquí. Pero hará un año, murió en un accidente. MI
esposo y yo deseamos levantar algo, en alguna parte del campus, que sea en
memoria de nuestro hijo”.
“El presidente
no se interesó y ásperamente contestó: “Señora, no podemos poner una estatua
para cada persona que asista a Harvard y fallezca. Si lo hiciéramos, este lugar
parecería un cementerio”.
“La
mujer explicó rápidamente: “No deseamos erigir una estatua. Pensamos que nos
gustaría donar un edificio a Harvard”.
“El
presidente entornó sus ojos, echó una mirada al vestido y al traje barato de la
pareja, y entonces exclamó: “Un edificio. ¿Tiene alguna remota idea de cuánto
cuesta un edificio? Hemos gastado más de siete millones y medio de dólares en
los edificios aquí en Harvard”.
“Por un
momento la mujer quedó en silencio.”
“El
presidente estaba feliz. Tal vez se podría deshacer de ellos ahora”.
“La mujer se volvió a su esposo y dijo suavemente:
“Tan poco cuesta iniciar una universidad? ¿Por qué no iniciamos la nuestra?”
“Su esposo asintió”.
“El
rostro del presidente se oscureció en confusión y desconcierto”.
“El Sr.
Leland Stanford y su esposa se pararon y se fueron, viajaron a Palo Alto,
California, donde establecieron la universidad que lleva su nombre, la Universidad
de Stanford, en memoria de su hijo del que Harvard no se interesó”.
“La
Universidad, “Leiland Stanford Junior” fue inaugurada en 1891, en Palo Alto.
“Junior” porque era en honor al fallecido hijo del rico terrateniente. “Ese fue
su memorial”.
“Hoy en
día la Universidad de Stanford es la número uno del mundo, por arriba de
Harvard”
“¡Qué
fácil es juzgar por apariencias…! Cuando tratamos con hipocresía o como a
cualquier cosa a alguien en la calle, la casa o el trabajo, al portero, al del
aseo, porque nos consideramos dizque “superiores”… Superiores de nada. A veces
el que más aparenta pulcritud es el más sucio e indigno. ¡Qué fácil es
equivocarse cuando se juzga por las apariencias!”
Y bueno,
tal vez, seguramente por esa misma actitud intolerante y degenerada es que
Felipe Calderón, escogió para refugiarse esa Universidad que, hoy en día ,no se
le llama Universidad de Harvard, sino de “Herford”,… por aquello de los
bueyes….que llegan a refugiarse.
Y bueno,
es tal la lección que esto nos deja que debemos de reflexionar sobre la
importancia que tiene el buen trato y el saber antes que nada que el hombre y
la mujer valen por lo que son, no por lo que visten o de la forma en que se
visten. En este país, los políticos, funcionarios, burócratas, policías,
empresarios, especuladores financieros y banqueros se dejan guiar por las
apariencias y hemos visto como, hasta los humildes taxistas, cuando ven a un
pobre indio que con miedo cruza la calle cargando sus mercancías en vez de apoyarle
y ayudarle, le gritan: ¡Yope!. Una forma de discriminación y de insulto y esto,
lo hacen con la impunidad y la complacencia de muchos que, al verlo o
escucharlo, se quedan callados y no reclaman o defienden a los ofendidos,
porque no se quieren comprometer en conflictos o bien, porque con su silencia
son cómplices de esos brutos que tanto dañan al país.
Esta es
la forma en que juzgan los burócratas cuando una gente humilde va a solicitar
algún trámite y esto lo hacen, porque ellos saben que, con un pobre, poco es lo
que podrán obtener cuando hagan efectivo su nivel de corrupción y de
complicidades que mantienen en el sector público o en el privado; porque esa
forma de comportamiento es la misma que exhiben los profesores que en vez de
enseñar se la pasan siendo manipulados por dirigentes corruptos, mediocres y
manipuladores, tal como lo hacen las propias autoridades que, con su mal
ejemplo, destruyen a la sociedad mexicana o, cuando menos, a muchos estados,
donde los gobernantes son títeres de los grupos de poder o son cómplices de
ellos porque su misión no es servir a los ciudadanos, sino el de servirse de
los demás, robar, engañar y pasarla conchudamente, gracias al esfuerzo de todos
y de los fondos públicos que roban y mal gastan.
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