jueves, 18 de abril de 2013

El pan de vida

Iniciamos las Festividades de Pascua, la realidad es que debemos pensar en que son momentos para meditar y para entender lo que significan los cambios y los tiempos. Los actuales, son tiempos difíciles para muchos o millones de mexicanos y seres en el mundo, todos nos lamentamos sobre la situación económica, despotricamos contra los bancos y banqueros, contra los políticos chapuceros y rateros, contra los funcionarios ineficientes, contra los policías represores, contra los malos o pésimos profesionistas que solamente pretenden “llevar agua a su molino” y estafarnos en las consultas, en fin, para quejarnos hay muchos pretextos y condiciones reales, pero hay días en que debemos de pensar en qué podemos hacer por nosotros y por los demás, cuándo debemos tener misericordia, cuándo debemos saber entregar lo que tenemos porque el dar es mejor que el recibir, tenemos que actuar en vez de quejarnos, en fin, así como existen muchas situaciones reales por las cuales quejarse, en la misma proporción hay muchas cosas pequeñas e insignificantes que cambian la vida de muchos, solamente porque sabemos entender los tiempos y saber que la solidaridad y el amor, el afecto, la emoción, también logran cambiar muchas situaciones difíciles, una simple sonrisa cambia el día para todos.

         Mi buen amigo, Winston de Pauta, que siempre nos sorprende con las Nuevas Historias, me envió l siguiente que me hizo reflexionar sobre el tema de la buena caridad y de sus recompensas, claro que hay que hacer la caridad sin pensar en que vamos a recibir recompensas o beneficios, entonces, ya no sería caridad, sería interés y ambición y, en esto, no caben las madias tintas ni las deformaciones, o se da por dar o se deja que las cosas sucedan para continuar quejándonos: “Una fría tarde de invierno se encontraba Víctor, un hombre que había perdido el empleo hacía meses y había tenido que recurrir a la mendicidad para sobrevivir,  en las cercanías de un restaurant de lujo cuando observó que un hombre y su esposa entraban al sitio. Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprar algo para comer. El hombre le dijo que lo sentía pero que no tenía cambio. La mujer, que escuchó la conversación preguntó: -“¿Qué quería ese pobre hombre?”.

         “”—Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre. Respondió el marido”. La mujer le contestó: “Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y dejar a un hombre hambriento afuera”.

         “—Hoy en día, ante la desocupación enorme, hay un mendigo en cada esquina. Seguro que necesita el dinero para beber”. La mujer le dijo: “Yo tengo un poco de dinero en cambio. Le daré algo”.

         “Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos escuchó lo que dijeron. Avergonzado quería alejarse corriendo de ahí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía: “Aquí tiene un poco de dinero. Consígase algo de comer. La situación está difícil, no pierda la esperanza. En alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo encuentre”.

         “¡Muchas gracias! Señora. Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza”. La señora, le respondió: “Estará usted comiendo “El Pan de Cristo”. Compártalo, dijo ella, con una voz cálida y una sonrisa grande, dirigida mas bien a un hombre que a un mendigo”. Víctor asintió, como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo, y encontró un lugar barato donde comer. Gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día, comería el pan de Cristo. Una vez más, aquella descarga y el recuerdo le recorrió por su interior: “El Pan de Cristo”. Un momento, pensó. No puedo guardar el pan de Cristo solamente para mi mismo. Al pensar en ello descubrió a otro pobre hombre que caminaba buscando algo que comer, el anciano, se veía cansado y enfermo. Así que Víctor  le dijo: “Oiga, le gustaría entrar y comer una buena comida?”

         “El anciano aceptó y agradecido, casi al terminar, explicaba que guardaría algo de pan y de alimentos para compartirlo con un jovencito que también estaba en malas condiciones y que él veía con afecto y amor. Compartiría el Pan de Cristo con él. Víctor acompaño al anciano hasta encontrar a un jovencito que acompañado por un perro, suspiraban con hambre. El anciano le dio lo que le traía y el niño agradecido y contento comía con voracidad, dejando un poco de pan y de alimento para el perro que le acompañaba. Al terminar, con alegría, comenzó nuevamente a vocear sus diarios y a venderles para ganar unas monedas”.

         “Al despedirse del anciano, Víctor, se sentía mucho mejor. El viejo le agradeció el compartir el pan de Cristo y le dijo que no desesperara porque en algún lugar encontraría un nuevo empleo. Así comenzó a caminar y al darse vuelta, se encontró con el perro que traía el niño y le hacía gracias, él se acercó a acariciarle y encontró una medalla donde se daba el nombre del perro y la dirección del dueño. Víctor pensó que el perro estaría perdido y caminó con él una gran distancia hasta encontrar la casa del dueño. Al tocar en ella, salió el dueño y feliz de ver a su perro, también veía con simpatía a Víctor y le preguntó que si venía por la recompensa que él había publicado en el diario. Víctor le dijo que no sabía de tal recompensa y que no leía los diarios porque no tenía ni dinero ni empleo y que había traído al perro con alegría porque era un buen animal que seguramente extrañaría a sus dueños y los dueños a este, lo hizo por afecto y solidaridad, nada más. No quería el dinero. El dueño del perro se quedo pensando y le dijo: Espero que si no quiere dinero, cuando menos  acepte trabajar en mi empresa donde necesito gentes con este ánimo, afecto y entrega a los demás.”

         “Víctor aceptó y al retornar caminando hacia su lugar donde vivía, recordaba aquel himno de la Iglesia que decía: “Parte el Pan de Vida. No os canséis de dar, pero no deis las sobras. Dad hasta sentirlo, hasta que duela. Que el Señor nos conceda la gracia de tomar nuestra cruz y seguirlo aunque duela”… y, seguramente, al ver lo que sucede en el país y en el mundo, sabremos que es importante el dar y el apoyar a los que lo necesitan, a los que todo necesitan, porque hay millones con hambre y sed de justicia. Si entendemos la solidaridad como un acto de amor y no solamente como una postura política o religiosa, podremos, en vez de quejarnos y lamentarnos, actuar para el bien de todos y para mejorar en lo que podamos lo que se debe mejorar, dar, sin esperar, solamente por el placer de ser solidario y por el encanto de vivir la vida con la alegría del ser y del crecer…en fin, felices Pascuas, que hay tiempo para todo, incluso para uno mismo, no lo olvidemos, cuando entremos a orar y meditar…sin olvidar que estamos muy viejos para perder a un amigo…

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